miércoles, 27 de diciembre de 2017

Argentina 2017 (X): La rodilla de Macri (29, 58, 87)

Argentina 2017 (X): 
La rodilla de Macri (29, 58, 87)

Alejandro Lodi

(Diciembre 2017)


(Viene de “Argentina 2017 (IX): Del anhelo de justicia al compromiso de sanación”).





Con la entrada de Saturno en Capricornio, nuestro país inicia un período de dos años y medio en los que transitará la casa IV y hará aspecto al Sol (por oposición) y a la Luna (por conjunción). Al mismo tiempo, la persona a cargo de la presidencia de nuestro país se acerca a su segundo retorno de Saturno en casa VIII. Nuevamente, el destino personal de la figura política unido al de la sociedad que conduce. Una clave psíquica de los procesos políticos.

Cada retorno de Saturno a su posición natal invita a tomar responsabilidad de la propia vida, a afirmar autoridad en el mundo, a resignificar el vínculo con el padre. Eso ocurre a determinadas edades: 29, 58 y 87 años. Franco Macri fue padre de Mauricio a los 29 años. Hoy Mauricio hoy tiene 58 y Franco 87. Con el ingreso de Saturno en Capricornio, ambos celebrarán el retorno de Saturno. En los últimos años Mauricio ha sido operado tres veces de su rodilla derecha. En astrología, Saturno representa al padre y Capricornio rige las rodillas. A veces la sutil sugerencia de los símbolos es ensordecedora.

La tensión entre la autoridad del padre y la singularidad del hijo está representada en la mitología griega como una lucha a muerte por la creatividad. Si la creatividad es del padre, el hijo debe seguir su modelo; si la creatividad es del hijo, el padre es desplazado. En la gravedad del mito, el padre se come al hijo o el hijo castra al padre. Las representaciones arquetípicas no suelen mostrar resoluciones, sino el conflicto desesperante.

¿Se podrá alterar el condicionamiento arquetípico, la fatalidad mitológica? El desafío personal de Mauricio Macri se corresponde con el de la conciencia colectiva de nuestra comunidad: diferenciarse del padre sin repudiar al padre, honrar al padre sin ser el padre. Dicho de otro modo, replicar o rechazar lo que la figura de su padre significa en la memoria (y la trama inconsciente) colectiva, o “conjurar el maleficio” generando una variable que lo libere (y nos libere) de la repetición. Y padre es ley, autoridad y modelos.

El mito vivo en la conciencia colectiva pulsa a la repetición del guión arquetípico, pide que se replique la fatalidad, propone que los pertinentes representantes “pisen el palito”. El inconsciente colectivo hace presión para que el cuento se reitere. La conciencia colectiva hace identidad en el cuento, con su diseño de posiciones fijas: yo soy caperucita, vos sos la abuela y vos sos el lobo. El mito vivo en la conciencia colectiva cristaliza relatos y posiciones. El guión arquetípico (y, por eso, encantador) no registra individuos, sino personajes; no admite variantes, sino confirmaciones. Esa carga del inconsciente colectivo actuando en nuestras decisiones conscientes no permite responder a lo que ocurre en el presente, sino que reacciona de acuerdo a lo que necesita ratificar: los estigmas del pasado.

El inconsciente colectivo tiende trampas arquetípicas. Juan Perón -nada menos- “pisó el palito”. Creyó que podría conciliar a los hijos, a Caín y Abel (cada hijo es uno y otro). Pero, finalmente, la tarde del 1ro de mayo de 1974 (con Urano en tránsito sobre el Ascendente de Argentina) no tuvo opción: salvó a uno y condenó al otro. Y así ambos hijos, al grito de “¡Viva el padre!”, se siguieron matando entre sí. (Ver nota en blog: “Así Mauricio como los Montoneros”).

Mauricio Macri se acerca a su segundo retorno de Saturno; un tiempo propicio para que esta trama mítica (psíquica y fáctica) cobre significado. Argentina se aproxima al tránsito de Saturno a su Sol, Luna y casa IV natales; oportuno momento para madurar y dar respuestas realizadoras gracias a la frustración de reacciones emocionales y regresivas. Sincronicidades entre individuos y comunidad.



Frente al compromiso presidencial de reducir la pobreza, luchar contra la corrupción y favorecer la unidad nacional, si “el padre se come al hijo” entonces Mauricio Macri demostrará que su promesa sólo era un engaño para finalmente “gobernar para los ricos”, cristalizar desigualdades, beneficiar a sus intereses particulares con los recursos del Estado y dividir aún más a la sociedad. “El padre” aquí no sería sólo el personal -Franco Macri- sino el mundo empresario que tuvo en su vida como modelo -vocacional y profesional- y en el que desarrolló su concepto de autoridad. Se trata de “la forma de hacer negocios con el Estado” que se ha conformado en la era democrática inaugurada en 1983 en Argentina.

Por su parte, “si el hijo castra al padre” entonces la responsabilidad de los vicios que generaron el atraso y la miseria en nuestro país caería en forma absoluta sobre la casta empresarial que tiene a su propio padre, Franco Macri, como figura emblemática y de la cual pretendería diferenciarse con toda determinación. Esa clase social -los empresarios, su padre- serían culpables de la sanción moral que gran parte de la sociedad prodiga sobre Mauricio Macri y que él mismo percibe injusta y ajena. El padre (el empresariado) convertido en chivo expiatorio.

Sin faltar al mito, hay modos simbólicos de “matar (castrar) al padre” y de “matar (comerse) a los hijos”. Sublimaciones que transforman lo trágico en liberación creativa. Se trata -como siempre- de liberarse de polarizaciones para ver polaridad: reconocer al otro, sin condicionarse ni rebelarse. El retiro del padre y su huella ahora sin mandatos (el éxito no será suyo y el fracaso tampoco). El aporte del hijo y su responsabilidad ahora sin excusas (el éxito será suyo y el fracaso también).

Quizás “la salida por arriba” del laberinto que diseña esta trama mítica, la resolución creativa de la paradoja capaz de no reproducir su polarización enloquecedora (matar al padre o ser devorado por él) consista en mostrar, por un lado, una impecable disposición a que la luz de la justicia opere sobre hechos de corrupción que expusieran a miembros del mundo empresario, incluso a integrantes de su familia; y también asumir que una honesta determinación a disminuir la pobreza no puede eludir una redistribución de riqueza que necesariamente afectará la concentración del capital tanto como las ganancias excesivas de sectores con capacidad de condicionar al poder político. Difícil imaginar un desafío más apropiado para una personalidad con Saturno en Capricornio en casa VIII. ¿Sería posible semejante sinceramiento sin una profunda transformación personal? ¿Podría diferenciarse del clan sin romper con hábitos -de poder, de negocios- adquiridos y naturalizados en su experiencia de vida en aquella pertenencia? ¿Podría ser acompañado por la sociedad (con su variedad de matices y necesidades) en su aspiración de reducir la pobreza, eliminar la corrupción y disolver enfrentamientos, si su acción de gobierno no refleja que sus propios intereses (y afectos) personales son puestos en observación y acaso perjudicados? Sólo reconociéndose parte de lo que pretende transformar podrá revelarse la confianza en lo nuevo. Sólo en esa particular alquimia personal e individual podrá ser efectivo el cambio social y colectivo. La sincronicidad como condición.

Si esto ocurriera, si la renovada confianza emergiera y en el balance de la gestión de la coalición gobernante los datos objetivos de la realidad económica y social demostraran una baja sustancial de la desigualdad, de la corrupción y del sectarismo, entonces nuestra comunidad -junto a Mauricio Macri en el viaje personal con su padre- estaría en oportunidad de conjurar el hechizo de injusticia, abuso y desunión vivo desde casi su fundación como país.

Un alto porcentaje de la conciencia colectiva de nuestra comunidad reacciona y rechaza lo que cree -de un modo absoluto, definitivo, sin cuestionamientos- que la figura de Mauricio Macri representa: el desprecio de los ricos, la indiferencia hacia los pobres. Esa reacción y rechazo es tan intenso que supera la valoración de la democracia y llega a cuestionar la legitimidad de su presidencia: convencida del accionar perverso de oscuros poderes hegemónicos que lo entronizaron en el poder, esa fracción relativiza la validez moral de las elecciones en las que Mauricio Macri fue elegido presidente y, por lo tanto, anhela su destitución y justifica su derrocamiento (bajo el eufemismo de “levantamiento popular”). Ese fragmento fanático de nuestra conciencia colectiva (en gran medida progresista e ilustrado) que sueña con “la fuga en helicóptero del dictador” exhibe, acaso de un modo inconsciente, el encanto pre-democrático que persiste en nuestra sociedad: la fuerza de la calle derrotando a la legalidad de las instituciones. Una patología regresiva y autodestructiva enmascarada en aspiraciones de justicia y animada en la sensación de superioridad moral.

Para vencer el hechizo arquetípico (convertido en prejuicio en esa suficiente masa crítica de la sociedad) la administración de Mauricio Macri debería obtener resultados concretos, contundentes e inobjetables respecto a la inclusión social, la igualdad de derechos, el respeto de las libertades y la división de los poderes del Estado que caracterizan a una república democrática moderna. Sólo así podría disolver el poder del mito que lo muestra (y lo necesita ver) como representante de la clase empresaria indiferente y -mucho más aún- culpable de la miseria y decadencia de nuestro país, que lo identifica (y necesita confirmar) con el conservadorismo más reaccionario y elitista.

Sólo a un acuariano podría ocurrírsele semejante hazaña (y salirle bien).

(Fin)



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